Que pena con la muerte, pero tendrá que esperar.

15 Jun, 2022

Categorías: Duelo

Para el ser humano no ha sido fácil asimilar y asumir con entereza un acontecimiento tan natural y tan humano como la muerte.

Esta realidad ha sido por siempre una carga sicológica sumamente pesada para la humanidad, pues el hecho de perder un ser querido: Un amigo, un familiar, un compañero de trabajo, un vecino estimado; no ha cabido, no cabe, ni cabrá en la cabeza de aquellos que expresamos amor y entendemos la importancia de las personas que a diario comparten con nosotros las alegrías y las penas; los sueños y los fracasos; los afanes y los momentos de alivio.

Y la realidad de nuestra propia muerte, ese misterio que envuelve un acontecimiento trascendental, nos llena de mucha angustia y un profundo temor. El hecho de no saber cuándo ha de pasar, las circunstancias y la forma como ocurrirá, qué pasará con los miembros de la familia que dependen de nosotros, que nos aman, a quienes les hacemos falta.

Todas estas cuestiones nos conducen a mirar la muerte como un acontecimiento lleno de incertidumbre en el que es mejor no pensar y dejar de lado.

Pero esta forma de discurrir y de actuar no ayuda a calmar esa ansiedad y a llevarnos de la mano por un camino seguro cuando el tema recurrente es la muerte.

Porque, ¡quién lo creyera!, para sentir tranquilidad frente a la muerte, hay que saludarla, conversar con ella, aprender de su acontecer en la vida del ser humano; y esto se antoja importante pues al fin y al cabo ella ha sido nuestra compañera de camino durante toda la vida.

Y saber de ella, así como saber y prepararse para el momento de su llegada, se constituye en un acto de total responsabilidad que nos alcanzará alivio, paz y mucha tranquilidad.

En la misma medida, el estar preparados, tanto entendiendo este acontecimiento como algo natural y muy cercano a cada uno, así como adquiriendo planes preexequiales y de seguros, representa un acto de respeto con nosotros y con nuestros seres queridos, teniendo en cuenta que respeto es sinónimo de consideración, y que considerar el dolor, la angustia y el vacío de las personas que amamos en un momento tan angustioso, es expresar ese cuidado y ese esmero fundamentales que nos acercan a aceptar, apreciar y valorar los sentimientos y expectativas de quienes nos rodean; es el reconocimiento del valor propio y de los derechos de quienes acompañan nuestro caminar por este mundo.
Y reconocimiento es sinónimo de humildad.

En repetidas ocasiones he tenido la oportunidad de hablar y compartir el concepto que tengo acerca de la humildad, un concepto que se aleja de aquellos que pregonan una pobreza y una dejadez abrumadoras cuando de humildad se trata. La humildad, en mi entender, es un acto de total reconocimiento.

Reconocer que soy igual al otro en dignidad.
Este es un razonamiento que me permite reconocer al otro “ser humano”, entendiendo que tiene características importantes como las que tengo yo, pero también tiene fallas como las mías; y ver en esas características muy del otro el complemento de las mías, permite que la interrelación sea cada día más fuerte, porque lo que yo tengo le falta al otro, y lo del otro constituye una falencia en mis características.

De eso se trata la humildad, encontrar en el otro lo que me falta a mí, y que las demás personas encuentren en mí lo que falta en cada una de sus vidas, valorando como un tesoro ese intercambio de dones y talentos, ese intercambio de vida.

El ser humildes nos conduce indefectiblemente a vivir en familia: amándonos, respetándonos, reconociéndonos; descubriendo que cada uno de estos valores constituye un elemento fundamental en la comprensión, desde otro punto de vista, de la importancia de estar protegidos frente al evento innegable e inaplazable de la muerte.

Vivamos plenamente. Disfrutemos con total tranquilidad. Compartamos con alegría nuestra vida, que estando preparados, estando protegidos, podremos decir con total humildad y tranquilidad: ¡Qué pena con la muerte, pero tendrá que esperar!

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