Por favor, escúchame con los ojos.

23 Nov, 2021

Categorías: Vida y gente

Marcelo Palacio Bermúdez.
Área Comercial NAZARENO, servicios para la Vida.

En otra época, cuando la vida era un poco más sencilla, cuando los días trascurrían con más tranquilidad; cuando salir al campo se constituía en un programa magnífico, cuando los concursos de televisión rayaban en lo inocente; cuando ir al estadio y ver fútbol era algo fácil de hacer porque no abundaba la táctica, ni abundaban los esquemas, sino que se disfrutaba del juego viendo como los futbolistas corrían con libertad detrás del balón; en esos días, los elementos de la comunicación también eran básicos, sencillos: Emisor, canal, receptor.

Pero para efectos de comunicación entre personas, el sistema de comunicación es: Emisor, canal y oyente.

El ser humano es un excelente emisor. Destaca en diferentes tribunas y espacios su derecho a ser escuchado, le encanta exponer sus ideas y pensamientos, se extiende en sus discursos, busca la manera de hacerse entender, y con vehemencia escarba y escarba hasta encontrar esos espacios y esas oportunidades para hablar.

Aaaahhhhh pero a la hora de escuchar al otro es cuando afloja y no se muestra tan dispuesto, y es ahí donde comienzan los problemas en la comunicación.

Si las personas se destacan por ser muy buenas emitiendo, hablando, exponiendo, en igual medida, muestran muchas falencias al momento de escuchar a los demás. Y este ejercicio se hace difícil porque el hecho de escuchar implica paciencia, disponibilidad, mente abierta, respeto, gusto, interés.

Se dice que la primera actitud del diálogo es la escucha. Y fíjense en lo que se escribe: actitud; no se habla de los elementos del diálogo, ni de sus partes fundamentales, ni de su estructura, no, se habla de actitud, y actitud es sinónimo de querer; es decir, “si yo quiero escuchar lo hago conservando todas las características antes anotadas”, características que le permitirán a la persona, desde su papel de oyente, transmitirle a quien está hablando todo su respeto, su cariño, su atención, su disponibilidad; casi que desde esa atención le está diciendo: “Eres importante para mí, me interesa lo que me dices, valoro tu pensamiento y tu opinión”

Pero no se puede limitar el papel de oyentes solo a escuchar. Este noble, y difícil ejercicio, se debe complementar con uno no menos dificultoso: el contacto visual.

No se tendría un buen resultado comunicativo si no se combina esa actitud de escucha con una mirada atenta y que denote interés y entusiasmo por lo que está trasmitiendo la otra persona. Ese dicho caduco, que se utiliza cuando se debe escuchar y no se mira, y que reza así: “Tranquilo, háblame que yo te escucho” debe estar en desuso ya, debe salir de las costumbre y la práctica popular, porque tal dicho se constituye en un peligro latente para una buena comprensión de lo que se quiere transmitir, y en un arma de doble filo para la relación que se quiere cultivar con los demás.

Nada fortalece más las relaciones humanas que una actitud de escucha activa, una actitud que conduzca a compartir opiniones, conceptos, ideas; una actitud que lleve a quienes están conversando a unirse en una red de comunicación sana y constructiva. Y si esa actitud se complementa con una mirada viva, interesada, motivadora, con total seguridad las conversaciones, así en algunos momentos sean tirantes y complicadas, serán toda una experiencia fascinante que provocará en los contertulios un deseo de tener muchas más con el ánimo de aprender, de descubrir, de disfrutar.

La era de los dispositivos electrónicos le está robando a las personas y a las familias la posibilidad de ser más sensibles, más cálidas, más cercanas, más humanas; no les está permitiendo tener la experiencia maravillosa de compartir una mirada profunda, y no solo de mirar, sino de ver entrañablemente; está opacando ese momento mágico que los acerca cuando sus ojos miran desde el alma, cuando con una mirada le dicen al otro: “Te amo y te llevo en el corazón”.

Y sin alejarnos de la realidad, cuando llegue un momento difícil como el de enfrentar la experiencia de la muerte, serán, en definitiva, las miradas profundas, las miradas desde el alma, uno de los más lindos recuerdos que quedarán de aquellos que partieron primero y seguramente cuando nosotros partamos será algo que anhelarán las mascotas, los familiares y los amigos.

No se debe permitir que esa preciosa y valiosa práctica, que ha sido legada con tanto cariño y esfuerzo por los abuelos y padres, esa costumbre, muy de los novios, de hablar mirándose a los ojos quede en el olvido, arrinconada en el cuarto de san Alejo muriendo tristemente, mientras las relaciones entre las personas se deteriora en forma dramática.

Para cerrar este escrito se propone una hermosa reflexión que se encuentra fácilmente en la Red y que escenifica el diálogo de Santi, un niño de cinco años, con su papá quien está concentrado en su teléfono celular:
- ¡Papi!
- Dime.
- Papá, ¡escúchame!
- Te estoy escuchando, Santi
- Papá, por favor… ¡ESCÚCHAME CON LOS OJOS!

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