Mamá, ¿Dónde están los juguetes?

03 Ene, 2022

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Esta pregunta trae a la memoria, y especialmente en época decembrina, una de las canciones más sonadas precisamente por su contenido y por su enfoque: Mamá ¿dónde están los juguetes?, una tonada que fue estrenada en diciembre de 1962 y que aún en nuestros días se escucha.

Esta es una obra del compositor venezolano Oswaldo Oropeza, quien también escribió el famoso “Faltan cinco pa’ las doce”, y en la que Raquel del Coromoto Castaños Amundaray fue la encargada de darle voz a la niña que hace tan lastimero reclamo a su mamá.

Pero no es el tema musical el que motiva este escrito, sino su contenido, cargado de mucha significación, con el fin de que este no se quede simplemente en una canción de Navidad, que pasa año tras año, y pareciera que suscita solo un pesar pasajero y liviano en aquellos que al son de unos tragos o de una dificultad se acercan a ella.

La pieza hace referencia a una niña pobre que no obtiene el regalo que pidió, y que el Niño, por un no sé qué para ella, no le trajo. Aquí encontramos un sinnúmero de detalles que nos conducen a pensar en una gran pobreza material.

Pero si esta composición la remitimos al ámbito social y a nuestra propia cotidianidad, encontraremos una serie de interrogantes, y respuestas a estos, que con total certeza nos darán luces para comprender a profundidad el porqué de la situación que vivimos y el desgaste social que sufrimos todos los días.

Hoy podríamos preguntar: Mamá ¿Por qué no progresamos? ¿Por qué seguimos en subdesarrollo? ¿Por qué no conseguimos paz y concordia? ¿Por qué la violencia y la corrupción nos siguen asfixiando?

Y estos interrogantes nos remiten a pensar en otra clase de pobrezas, y quizás no pobrezas, sino miserias, que corroen como un cáncer agresivo la dinámica social que sufrimos con cada una de las actitudes a las que dichas miserias nos conducen.

Nuestra sociedad sufre una gran miseria moral, espiritual, de respeto, sensitiva; una gran miseria de valores.

Aquí hacemos trampa sin que la cara nos cambie de color. No nos importa el dolor y el aprieto del otro pues es mi ascenso lo que importa. Nos da dificultad cederle el paso a otra persona. Los semáforos en rojo son altamente irrespetados por conductores que les importa un pito la vida de los demás. Ceder el puesto en el Metro o en el bus a una anciana o a una mujer en embarazo se toma como una acción de personas anticuadas y caducas. Aquí quienes cumplimos la ley y para quienes las normas son importantes, pasamos como tontos o idiotas frente a aquellos que desde la trampa y un aire de superioridad basado en la violencia verbal y de acción, se muestran como los más avispados o como los más “vivos”.

Y así nos podríamos quedar enumerando un cúmulo de acciones que desdicen mucho de nuestra formación endeble y pobre. Acciones como: el pago de sobornos, robarnos un puesto en la fila o quedarnos con el peso de más que el pobre tendero ya cansado por equivocación nos entregó con los vueltos.

Si nos ponemos la mano en el corazón y somos sinceros con nosotros mismos, en todos estos actos desleales y perniciosos encontramos la respuesta a otra pregunta muy común entre nosotros: ¿por qué estamos como estamos?

Hoy sería bueno proponer, y se hace con total respeto, otra clase de comportamientos, con el objetivo claro de aportar a un cambio profundo y necesario en nuestro proceder cotidiano; unos comportamientos que tengan profundas raíces morales, que se basen en el bien común; que estén despojados de todo egoísmo y falsedad; y que salgan de lo profundo del corazón y del alma de aquellos que quieren ver una sociedad más justa para sus hijos, hombres y mujeres que siempre están dispuestos a dar un buen ejemplo de vida, y que ya se sienten cansados y se preguntan constantemente… pues ¿para qué leyes… si “hecha la ley, hecha la trampa?

Nuestra vida, nuestra tranquilidad, en particular, y la sociedad, en general, están salvaguardadas si tenemos como normas de vida conductas como: La moral como principio básico. El orden y la limpieza. La puntualidad. La responsabilidad. El deseo de superación ayudando al otro. El respeto a los reglamentos y normas. El respeto por el derecho de los demás. El amor al trabajo. El saber perder. El pensar en la felicidad del otro.

Ojalá estas actuaciones revivan en nosotros ese “niño que llevamos dentro” y así tener la gracia de ser más transparentes, más espontáneos, más sinceros, más sencillos y sonrientes; tener un alma tranquila para un accionar consciente y sereno, un alma que nos guíe a hacer todo con alegría con el fin de entretenernos, de divertirnos, de crecer, y que nos permita, en igual medida, preguntar con total tranquilidad, independientemente de la edad que ostentemos, o de la época del año en la que estemos… mamá ¿dónde están los juguetes?

Marcelo Palacio Bermúdez.
Área Comercial NAZARENO, Servicios para la Vida.

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