¿Cómo hicieron nuestros viejos?

30 Ago, 2022

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En estos tiempos, nuestros tiempos, en los que las telecomunicaciones han alcanzado un avance significativo, en el que los seres humanos estamos interconectados, y en los que a través de los dispositivos electrónicos nos enteramos en forma casi que inmediata de los acontecimientos que ocurren a lo largo y ancho de nuestro mundo, en estos tiempos de avances tecnológicos, me divierte escuchar a los jóvenes cuando se preguntan: ¿Cómo hicieron mi papá, mi mamá, mis tíos, el abuelo y la agüe, para sobrevivir sin celulares, sin Redes Sociales, sin Internet?
Y es una pregunta totalmente válida pues los muchachos nacieron y crecieron en la era de las comunicaciones satelitales y digitales, como diríamos quienes ya pintamos canas: “Estos muchachos ya vienen con el chip listo y nacen con los ojos abiertos”.

A este conglomerado juvenil se le hace muy difícil comprender cómo pudieron vivir sus padres y sus abuelos en condiciones tan distintas, tan limitadas y sin contar con las herramientas que les permitieran con total inmediatez enterarse de los acontecimientos familiares y sociales.

Pero de lo que no se han enterado los muchachos, y especialmente, lo que no han calculado, bien porque no se los han contado, bien porque les da temor y pierden por ello interés en el tema, es conocer a profundidad la historia de las angustias de quienes estaban en casa esperando al ser querido, o esperando una llamada de este; y a la vez, los afanes y la angustia de esa persona, el esperado, buscando un TELÉFONO PÚBLICO desocupado o en buen estado con el fin de contarle al resto de la familia que se demora un poco porque no hay buses que lo puedan transportar en el momento.

Entonces, dirían los chicos, ¿cómo hicieron nuestros viejos para llegar a donde llegaron? Sencillamente por su entereza, por su compromiso, por su sentido de responsabilidad, por sus convicciones, por su integridad; en una palabra, por su FORTALEZA.

En el portal significados.com encontramos la siguiente definición: “La fortaleza es una virtud que trata de vencer el temor con total vigor, firmeza y resistencia”; y agrega: “No todos los seres humanos poseen esa virtud, pero quienes la contemplan demuestran firmeza en las dificultades que se van presentando a lo largo de la vida y constancia por buscar el bien. Asimismo, son capaces de afrontar los problemas con valentía sin dejar a un lado la razón que les permite obrar bajo ciertos principios”

Si nos detenemos juiciosamente a leer esta reflexión, indefectiblemente veremos allí reflejados a todos nuestros ascendientes; veremos en ella las luchas y sacrificios que ellos tuvieron que afrontar con el fin de sacar adelante a la familia; luchas y sacrificios enfocados en que las nuevas generaciones gozaran de un mundo con mayores y mejores oportunidades; en estas líneas, las de la reflexión propuesta, podríamos, si el sentimiento nos guía, palpar y acariciar las manos encallecidas de ese cúmulo de hombres y mujeres que trabajaron sin descanso por los suyos; podríamos mojar nuestros dedos con las lágrimas que derramaron cuando las necesidades, la enfermedad y las afugias propias de la vida diaria apretaban y no daban tregua a la familia.

Ellos son la respuesta viva al interrogante de los jóvenes de hoy, ellos con su presencia dan testimonio de una vida colmada de experiencias que fueron cultivadas con total cariño y entrega, un sinnúmero de experiencias forjadas a base de habilidades adquiridas por los aprietos y dificultades planteadas por una época que convocaba a quienes les correspondió vivirla, a ser los encargados de luchar con total entereza abriendo la brecha a aquellos que marchaban a sus espaldas y quienes se constituían en su mayor responsabilidad.

Esta generación pujante y abnegada, responsable de lo que hoy vivimos y gozamos, es la generación que no se rindió ante los avatares de la vida, la generación que con valentía se levantaba día tras día para asumir con responsabilidad y entusiasmo la misión que adquirieron y por la cual entregaron toda su vida. Esta, en definitiva, es la generación de la fortaleza.

Nos atreveríamos a decir entonces que el sector funerario, a propósito de lo vivido en la época de la pandemia por covid-19, es el heredero real y actual de esa generación valiente y llena de fortaleza, la generación de los abuelos, pues en medio de una situación que llegó de un momento a otro, que apareció de sorpresa y sin previo aviso, como muchas de las que llegaron a las vidas de nuestros ancestros, evidenció, ¡y de qué manera!, todos los inconvenientes, dificultades y retos que, por antonomasia, acompañaron un evento tan supremamente complicado como el experimentado con la pandemia.

Ni nuestras familias ni el sector funerario contábamos con las situaciones tan particulares planteadas por este evento. Retos que nos condujeron a cambiar en muchas ocasiones la forma tradicional, monótona y quieta como hacíamos las cosas. Situaciones adversas que nos motivaron a pensar, a idear y a dinamizar nuestros procesos con el fin de entregar con prontitud y exactitud un servicio de excelente calidad como históricamente lo hemos hecho con grandeza, calidad y mucha calidez.

Y el hecho de enfrentar los estragos de la enfermedad pandémica se constituyó en un reto interesantísimo pues nos condujo a pensar y a descubrir de qué estamos hechos, a poner a funcionar al máximo nuestra capacidad innovadora, a desarrollar y ajustar nuestra habilidad para resolver problemas y valorar responsablemente nuestra visión de futuro; desempolvando, adecuando y modernizando características fundamentales como la disciplina, la integridad, la convicción y la tenacidad.

Pero permítanme detenerme, en este tramo del escrito, en una característica que sin duda afina la fortaleza tanto de las personas como la de las familias y la de la industria en general y del sector funerario en particular. Esa característica valiosísima y muy útil es la humildad.

Y ¿por qué considero la humildad como garante de nuestra fortaleza? Porque la humildad nos saca de nuestro propio egoísmo; porque ella, la humildad, es una virtud humana atribuida a quien ha desarrollado conciencia de sus propias limitaciones y debilidades, y obra en consecuencia. La humildad permite que la colaboración y ayuda mutuas afloren en los momentos de mayor necesidad. La humildad nos da tranquilidad y nos hace fuertes.

En uno de nuestros escritos para el blog de NAZARENO, Servicios para la vida, “escritos del alma”, como los hemos denominado Juan Carlos Tavera Álvarez, nuestro gerente general, y este servidor, hacíamos referencia al tema de la humildad, en dicho escrito destacábamos: En repetidas ocasiones he tenido la oportunidad de hablar y compartir el concepto que tengo acerca de la humildad, un concepto que se aleja de aquellos que pregonan una pobreza y una dejadez abrumadoras cuando de humildad se trata.

La humildad, en mi entender, es un acto de total reconocimiento.
Reconocer que soy igual al otro en dignidad.
Este es un razonamiento que me permite reconocer al otro ser humano, entendiendo que tiene características importantes como las que tengo yo, pero también tiene fallas como las mías; y ver en esas características muy del otro el complemento de las mías, permite que la interrelación sea cada día más fuerte, porque lo que yo tengo le falta al otro, y lo del otro constituye una falencia en mis características.

De eso se trata la humildad, encontrar en el otro lo que me falta a mí, y que las demás personas encuentren en mí lo que falta en cada una de sus vidas, valorando como un tesoro ese intercambio de dones y talentos, ese intercambio de vida.

La humildad “permite que la interrelación sea cada día más fuerte, porque lo que yo tengo le falta al otro, y lo del otro constituye una falencia en mis características”, y este concepto cobró vigencia y brillo en tiempo de pandemia, pues pudimos entender que solos no somos capaces, que la soberbia de sabernos únicos nos conduce al fracaso, que el reconocer el valor de los colegas y amigos es medular para afrontar situaciones tan complejas y tortuosas como las que nos tocó combatir desde el día en el que el covid-19 irrumpió sin miramientos y sin ninguna compasión en nuestras vidas.

El reconocernos, el respetarnos, el comprender que nuestras dolencias, nuestras dificultades, nuestros temores, son los mismos que sufren nuestros colegas y amigos nos fortalece cada día; así como el darse cuenta de que nuestras fortalezas son el bálsamo que refresca la vida y el quehacer de muchas de las personas e instituciones que luchan a nuestro lado con el fin de alcanzar sus metas, objetivos y sueños enfocados en una absoluta vocación de servicio genuina.

Una de las grandes enseñanzas que nos dejó el enfrentar la complejidad de una pandemia, y que indiscutiblemente nos fortaleció, se refleja en una hermosa y sabia reflexión de Mohandas Karamchand Gandhi, Mahatma Gandhi que reza así: “No es prudente estar demasiado seguros de la propia sabiduría. Es saludable recordar que el más fuerte puede debilitarse y el más sabio, equivocarse”

La fortaleza es una virtud y recordemos que la virtud puede definirse como aquella capacidad o disposición que nos lleva a hacer el bien, pero también podemos decir que la virtud es la cualidad que posee algo o alguien para realizar algún efecto positivo; y el enfrentar con valentía y solidaridad fraterna entre colegas la envestida de una pandemia nos hace virtuosos, y nos permite, desde nuestra propia experiencia, responder con total firmeza a un inmenso conglomerado de jóvenes ansiosos que nos plantean ese interrogante muy de ellos, “cuéntennos por favor: ¿cómo hicieron nuestros viejos?”

Por: Marcelo Palacio Bermúdez. Director Comercial NAZARENO, Servicios para la vida.

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