Fortaleza

30 Ago, 2022

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Tardé poco tiempo en escoger el nombre para este artículo, no obstante, por ser una palabra tan aparentemente común, diciente y amplia, pasé rápidamente por RAE (Real Academia Española) y me encontré varias acepciones, entre las cuales estaban: “Vencer el temor y huir de la temeridad”, “recinto fortificado”, “defensa natural que tiene un lugar o puesto por su misma situación”. En lo cotidiano y sin diccionario yo creería que significa berraquera (en paisa), tenacidad, resistencia, fuerza, poder, carácter, entre otras.

Así las cosas, me referiré orgullosamente, como ha sido a través de los años, al oficio del funerario, esta vez, en tiempos de PANDEMIA por el inolvidable Covid-19, todo cambió y nada cambió, los seres humanos continuaron muriendo por naturaleza, por enfermedades normales, muchos menos por violencia o accidentes de tránsito dado el encierro obligatorio y MILES por el inobjetable influjo del maldito virus. Fue necesario, por lo tanto, improvisar en medio de la soledad, las calles vacías solo nos permitían encontrarnos ambulancias, policías, conductores escogidos por algunos medios de transporte, empleados de servicios públicos y todos los colegas de la ciudad; frecuentar hospitales, centros de salud, clínicas y muchos hogares se hizo multiplicativa y casi exponencialmente mayor a la cotidianidad de los pasados 50 años, para nuestro caso. El temor de la humanidad, por supuesto, también estaba en nuestros trabajadores, bien administrativos, otros directivos y los más tenaces, los operativos, los que de manera estoica se enfrentaron a nuevas herramientas obligatorias para el trabajo, a las bolsas plásticas, las caretas, las permanentes intenciones de desinfección con alcoholes, geles, agua a cántaros, vehículos con cabinas separadoras, ayudantes disfrazados de astronautas y cuanto supuesto elemento protector nos ayudara a evitar el contagio propio y el transitivo hacia nuestros compañeros de trabajo, a las familias ajenas y por supuesto a las propias.

“Cada día trae su afán” reza un viejo refrán, pero debo compartirles que en tiempos del BICHO el afán era lo único que existía, teníamos sí o sí que atender a todos los usuarios necesitados, a los familiares y amigos, asumimos como empresarios tenaces los compromisos adquiridos previamente con las familias y empresas en virtud de Contratos de Previsión Exequial existentes desde hace muchos años y otros tantos de muy pocos meses, así ha sido y quizá siga siendo este tipo de empresa, la lotería que nadie se quiere ganar, que se compra y se juega por protección, quizá sin convicción de la inexorable realidad de la muerte, el índice de mortalidad nos jugó en contra, duro y a la yugular, los usuarios se fueron mucho antes de lo previsto, las provisiones fueron insuficientes, el estado ni siquiera nos miró, ni para vacunarnos ni para subsidiarnos, los bancos a tasas corrientes fueron el apoyo de muchas de nuestras empresas, la sobrevivencia de este sector provino exclusivamente de la FORTALEZA de los actores, gente común y corriente que a sabiendas de estar exponiendo su propia vida (igual que todos los médicos, enfermeros y personal de la salud) decidieron anteponer su seguridad personal y familiar en beneficio del bien común, de la necesidad de atender con el mismo profesionalismo, entereza y entrega a los afiliados, a los usuarios y a sus familias.

Es más fácil escribirlo que vivirlo, decirles a numerosas familias que la misa de despedida de su ser querido sería una misa comunal en los siguientes treinta días o quizá más según lo permitieran las circunstancias, que la entrega de las cenizas de ese ser que no volvieron a ver hace varios días, quizá antes de ingresar a una UCI, tardarían entre 72 y 120 horas o más, que no habría velación ni cortejo ni último adiós, resultó ser parte del oficio funerario a nivel mundial. Esto, por supuesto, generó todo tipo de reacciones naturales de los dolientes: insultos, rabias, lágrimas, juicios de valor en contra de nuestro personal, histerias verdaderas, también agradecimientos y solidaridad, como reacción, consciente o inconsciente a eventos que como pasa casi siempre se salen de las manos del funerario pero que, de ninguna manera, por más injusto que parezca, lo eximen de la responsabilidad de la ejecución, es algo así como ser el capitán de un barco que tiene como cinco tripulaciones, hay que responder por la llegada al destino final por más complejo que signifique lograr la suma de las partes, es navegar con rumbo conocido sin las brújulas controladas, es la obligación inequívoca de que las maniobras que ejecuten varios, logren que todos lleguen a buen puerto.

Conocer la verdad nos hará libres, por eso decidí escribir de la manera más simple este relato que casi con seguridad puedo afirmar fue bastante parecido a lo que les pasó a los respetables colegas, excelentes trabajadores del sector en nuestra linda Colombia, en razón del inesperado aterrizaje forzoso del virus más agresivo que ha visitado la tierra en los últimos 50 años.

El aprendizaje tiene una característica muy particular, no se experimenta en cuerpo ajeno, por lo tanto, hago una amable invitación para que, a nivel de empresa, de empleados y jefes, de miles de historias vividas por tantos actores del gremio se escriba, se documenten y se guarden las múltiples historias que nos tocó vivir en carne propia en un momento de gran desolación que dejó una estela imborrable en un entorno inesperado para casi todos, pues hasta hoy no he conocido a ningún terrícola que cuente, insinúe o demuestre que estaba preparado para semejante “tsunami” de la muerte.

Dedicado a todos los empleados del sector funerario que entregaron todo su ser al servicio de los demás, especialmente a aquellos que pagaron con su vida el noble oficio de SERVIR.

Juan Tavera Álvarez
Gerente General
Nazareno, Servicios para la vida.

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