Pandemia, muerte y duelo.
11 Oct, 2021
Categorías: Vida y genteLa decisión unilateral del universo de expandir sobre la tierra un virus mortal para los seres humanos trajo consigo cambios severos en la estructura cotidiana de la vida, por muchos meses el caos generalizado provino a partir de la quietud y no del movimiento, el encierro forzado, las costumbres generales se modificaron explosivamente, nos alejamos de las familias, el trabajo, las prácticas deportivas, las reuniones sociales, de repente parecíamos imbuidos en el “Ensayo sobre la Ceguera” del gran Saramago, unos y otros intocables, intocados, como abrumados por el miedo inefable a que ese monstruo nos rozara de algún modo, ya fuese a través de los padres y abuelos, los amigos, los empleados, los jóvenes, los hijos; Sin propiedad alguna nos convertimos, producto de lo mediático, en analistas, médicos, enfermeros, la gripa que por siglos nos ha acompañado se convirtió en pasaporte propulsor al más allá, un estornudo, otrora liberador, pasó a ser un síntoma “inequívoco” de contagio; caminar, sentir, vivir, hasta soñar, se convirtieron de la noche a la mañana en verbos que se dejaron de utilizar, o bien solo podían usarse en muy pocas formas de conjugación.
El monstruo adelantó las fechas de defunción de muchos seres, los ataques a las defensas de los más viejos les cobraron anticipadamente una dolorosa factura, por días y meses, con picos y altibajos, de los números que se hablaba en el mundo eran los de cuántos coterráneos habían abandonado para siempre este maravilloso lugar de vivienda.
En algunos casos, no pocos, fuimos testigos de sorpresivos nombres que sin querer ni imaginar estaban haciendo la fila para conseguir cupo especial en las UCI, muchos con la esperanza de ir de paso y otros tantos sin la menor idea de la posibilidad de regresar con una nueva oportunidad de seguir trasegando este camino, no pocos en la ruta del no retorno. En ese andar estuvieron todo tipo de hombres, inteligentes, aplomados, sensatos, explosivos, silenciosos, amorosos, conflictivos, intrigantes, generosos, buenos, malos, sin distingo de clase ni profesión, ideología, género o tendencia, todos de un momento a otro nos volvimos iguales.
¿Estábamos preparados? No, para nada, ni como sociedad ni como individuos ni como familia, a pesar de la certeza de la muerte, única verdad al llegar al comienzo de la existencia, hasta ahora no logramos prepararnos adecuadamente para vivir el duelo, sea de manera fortuita, por edad, por enfermedad o por otra razón inesperada, somos una cultura que niega la muerte, que la tapa o la disfraza para no asumir ese choque inevitable con altura y sana protección para los que se quedan, de verdad pareciera que las deudas de afecto, cariño y amor hacia nuestros familiares, amigos y mascotas se exteriorizaran al momento de su ida, porque de manera extraña a esos confidentes de la tierra nos les dijimos oportunamente lo que sentíamos, nos “encascaramos” en llevar una vida demasiado plana, pegados a las rutinas propias de la cotidianidad, saltando por la escuela, el colegio, el trabajo, la universidad y un sinnúmero de actividades, si bien valiosas, que nos alejan del sentir, nos quitan la esencia del ser a cambio del tener, algo que siempre será circunstancial, por las mismas y repetidas vueltas que da la vida.
Sin temor a equivocarme, creo que uno de los conflictos que suponen la muerte y el duelo son las DEUDAS del corazón que no se pagan, casi siempre por haber callado lo que deberíamos haber gritado, por dejar de romper a tiempo el muro imaginario que creamos ante la posibilidad de abrazar, escuchar, compartir y aprender de la historia de otros con quienes estando tan cerca, pusimos tantas veces tan lejos.
Por eso creo en el “EN VIDA HERMANO, EN VIDA”. Por eso creo que hay que llorar sin pena, independientemente de las limitaciones hay que decir a los más cercanos cuánto los queremos, darles las gracias, estrecharnos fuertemente contra ellos, los hijos, los padres, los hermanos, los tíos, los amigos, hacerlo con nuestros colaboradores y por supuesto ojalá ser capaces, que con seguridad lo somos, de expresarnos más, sin miedos, combatiendo el interior que nos frena inexplicablemente y que luego cuando algunos parten antes que nosotros reaparece para cobrarnos el silencio largo que jamás debió existir.
Este trabajo personal puede estar atado a los profesionales de diferentes ramas que están dispuestos a tendernos una mano cuando así lo exija el momento, pero creo que hay una responsabilidad individual de hablar del asunto sin que sea un tabú, compartir con madurez para que de alguna manera, sin que signifique “llamar la muerte” haya una mínima preparación que nos permita comprender un poco más que la vida es un camino, que ese camino está lleno de experiencias, pero que en la tierra, sin duda, estamos de paso.
Con profundo respeto, para toda la comunidad de ASOPAF y The Columbus School.
JUAN TAVERA ÁLVAREZ